Hoy hemos vuelto a hablar del REDONDEO o APROXIMACIÓN. Hemos dicho que redondear nos sirve para conocer la decena más cercana. Responde a estas preguntas en tu cuaderno (copia la pregunta y la respuesta):
1.- ¿Cuál es la frontera en la que me tengo que fijar a la hora de redondear?
2.- ¿A qué decena redondeo, a la más cercana o a la más lejana?
3.- ¿Qué dice la regla para cuando me encuentro un número con 5 en la unidad?
Practica un poco. Redondea en tu cuaderno a la decena más cercana.
42 =______
76 =______
85 =______
6 =_______
29 =______
Ahora responde a esta pregunta aquí. Elige una respuesta y publícala en COMENTARIOS:
Si tú fueses Juan Tacones en qué te gastarías los ahorros de tu hucha:
1.- Yo iría a una confitería de Alcalá y me compraría una palmera de chocolate que cuesta 95 céntimos.
2.- Yo me lo gastaría en un taxi que cuesta 87 céntimos, para no tener que ir andando al ayuntamiento nunca más.
3.- Yo le compraría papeletas al pobre Platero de Alcalá. Cuesta 74 céntimos cada una. Si me tocase el jamón que rifa se lo regalaría a mi madre para que se pusiese muy contenta.
Escribe lo siguiente en COMENTARIO:
Soy (fulanito o menganita) de segundo (A o B). Si yo fuese Juan Tacones elegiría la opción (1, 2 o 3).
Este es el blog del maestro Juan Ignacio Fernández, para el TERCER ciclo del colegio San Mateo de Alcalá de Guadaíra.
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lunes, 22 de octubre de 2018
lunes, 1 de octubre de 2018
Para Segundo curso: El origen mitológico.
¡VAMOS A COMPARTIR ESTA LECTURA CON MAMÁ Y PAPÁ!
Léesela en voz alta y luego explícasela.
Esto
que ahora os cuento ocurrió hace mucho tiempo. Por echar un cálculo, hace más o
menos quinientos (500) años que sucedió. En las tierras del sur de la Península
Ibérica, en lo que hoy se conoce como Andalucía, la mayoría de la gente vivía
en pequeñas chozas en el campo. Existían pocos pueblos y los que había no eran
más que pequeños grupos de casas blancas. En aquella antigua Andalucía los días pasaban lentamente. Los
inviernos eran fríos y silenciosos. Las familias, la gran mayoría pobres, se
apretaban alrededor de las lumbres de sus ruinosas cocinas para darse calor
unos a otros. En verano, por el contrario, era tanto el calor que las
chicharras y los grillos no dejaban de cantar día y noche.
Pues
bien, en aquel lugar y en aquel tiempo, una columna de humo blanco se levantaba
desde un bosque de encinas hasta el cielo azul en una fría tarde de otoño.
Tanto frío hacía que se podía ver salir de la nariz y de la boca la respiración
del extraño ser que se calentaba en la hoguera de donde salía el humo. Con un
pañuelo en la cabeza y collares de oro pesado en el cuello, con una mirada
penetrante y una pícara sonrisa marcada en la boca, aquel hombre podría ser
cualquier cosa: un bandolero, un mago o incluso un duende.
De
las ramas de un árbol cercano colgaba un animal despellejado. Sin la piel no se
adivinaba de qué animal se trataba. Sin embargo, por su gran tamaño parecía un
viejo carnero (el macho de la oveja). El
misterioso brujo había estado toda la tarde dando forma a la piel del animal.
Sus hábiles manos habían modelado el pellejo durante horas, metiéndolo y sacándolo
del fuego. Ya era noche cerrada y la oscuridad inundaba el bosque. Los ojos del
viejo duende mago brillaban encendidos por la candela. Una vez que hubo
terminado su obra la arrojó al fuego, se levantó y comenzó a danzar. Como
poseído por fuerzas espirituales estuvo media noche bailando y cantando alrededor
de la hoguera. El sonido de su danza llegaba a todos los rincones del bosque.
¡Hasta que de repente se detuvo! El silencio ahogó el aire. Las llamas de la
candela cambiaron a un color rojo sangre, cuando del fuego, del mismo centro de
la hoguera, salieron dos botas negras
relucientes como el lomo de una pantera. El duende las agarró, las guardó en su
zurrón y desapareció marchándose hacia lo más oscuro del bosque.
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